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Wednesday, December 4, 2013

Hannah Kaufman: "Paraná es mi segundo hogar"

Historia de Orilla a Orilla


Hannah es una joven norteamericana de 28 años que se fue de los Estados Unidos para vivir en Paraná a través de un intercambio cultural. Una experiencia que le cambió la vida y la inspiró a ser voluntaria para el Cuerpo de Paz en Paraguay.




A sus 16 años, dejaba por primera vez la ciudad de Gainesville, Florida, para realizar un intercambio cultural a través del Rotary Club de su ciudad y el Rotary Club Paraná, alojándose por tres meses con una familia local.
“Mi experiencia en Argentina me inspiró a seguir viajando y a empujarme a salir de la vida confortable y familiar en Estados Unidos. Después de graduarme en la universidad, unirme al Cuerpo de Paz fue una decisión natural. Estar en el extranjero y vivir como voluntaria usando mis conocimientos fuer mi granito de arena en la tarea por mejorar el mundo en el que vivimos”.


De todos los lugares del mundo ¿Por qué elegiste Argentina como destino para el intercambio?
No recuerdo precisamente cómo decidí viajar hasta allá, ya pasaron 14 años, pero sé que después de que la idea de realizar un intercambio con ese maravilloso país entró en mi cabeza, no salió nunca más. Tenía 15 años y quería desafiarme a hacer algo diferente, difícil y lejos. Cuando se lo comenté a mis padres, se negaron rotundamente. Pero sólo lograron motivarme aún más. Me puse en contacto con un miembro del Rotary Club en Gainesville y arreglé una entrevista. Como esta persona había viajado mucho a Argentina, me lo recomendó como destino y así fue. Aparentemente mis padres estaban convencidos porque después de eso me contactaron con una chica de Buenos Aires, la cual sería mi casa. Pero la vida tenía otros planes y por alguna razón llegó a mis manos la solicitud de una chica de Paraná y por instinto acepté sin tener la más remota idea de dónde quedaba la ciudad ni cómo era. ¡No podría haber tenido más suerte!

¿Investigaste sobre Paraná antes de venir?
En realidad, “mi hermana” paranaense vino primero a mi casa. Durante ese tiempo, a través de sus fotos e historias, aprendí sobre su familia, amigos y la ciudad.  Realmente ella fue más valiente, al venir hasta aquí, sin saber más de lo que había leído en el perfil de nuestra familia que le dieron, buscándonos por las caras de una foto en el aeropuerto.

¿Cuál fue tu primera impresión de tu nueva familia, la ciudad y tu vida paranaense?


La familia Patat, quienes me alojaron, siempre me hicieron sentir bienvenida en su casa y en sus vidas, era una más de ellos. En aquel entonces, mi español era malísimo, tenía vergüenza al hablar con las personas, por no poder expresarme correctamente. Pero logramos comunicarnos usando ambos idiomas y señas. Pensar en ellos siempre pone una gran sonrisa en mi cara.
La ciudad en sí es encantadora. Uno de mis recuerdos favoritos es estar en el parque tomando mate y mirando la gente pasar junto a las amigas de mi “hermana”. Aprendí mucho y experimenté muchas cosas por primera vez. Hoy miro hacia atrás con un mejor entendimiento de lo que fue mi adaptación cultural, y me doy cuenta que no siempre es tan fácil, por suerte la tuve a mi “hermana” y a su bellísima familia para guiarme y hacerme sentir querida.



¿Cómo era tu vida en la ciudad? 
En realidad la idea del intercambio era vivir y experimentar a través de la vida que lleva el anfitrión. Iba a su escuela, Comercio Nº1, pero al no manejar el español, me pasaba las horas escribiendo notas con las demás chicas y hasta alguna siesta sobre el pupitre, ¡Los profesores me comprendían! Lo genial fue, vivir el cambio de curso con los mismos compañeros, esa continuidad en los colegios norteamericanos no existe. Recuerdo que estaban preparando el viaje de egresados, así que todo era una fiesta, organizaban bailes y reuniones, sin duda toda una experiencia juvenil.

Partiste de los Estados Unidos, joven, despertando esa inquietud por viajar y conocer otras culturas ¿Crees que tu paso por Paraná te inspiró a vivir como voluntaria en Paraguay?
Sin duda, claro que sí. Luego de terminar la universidad, en 2008 viajo a Paraguay como parte del Cuerpo de Paz, exactamente a la comunidad de Barrero Pytâ, a unos 200 kilómetros de Asunción (dependiendo la ruta).

¿Cuál era tu misión?
Yo era una Extensionista de Salud Rural y Saneamiento del Cuerpo de Paz, que es una agencia de desarrollo del gobierno de los Estados Unidos. Su origen se remonta a la presidencia de John F. Kennedy en 1961. En general, nuestra misión responde a tres metas simples: brindar asistencia técnica a los países que lo soliciten para promover su desarrollo socio-económico sostenible, fomentar el intercambio cultural para que los ciudadanos del país tengan mejor comprensión de los ciudadanos estadounidenses y propiciar que los estadounidenses logren una mejor comprensión de la cultura de otros pueblos, en este caso, de Paraguay.
  
¿Cuánto tiempo viviste allí?
Normalmente un voluntario vive y trabaja en el país por dos años después de tres meses de entrenamiento, pero en mi caso, fue una estancia de cuatro años y medio. En un principio, estuve de voluntaria por dos años en la comunidad de Barrero Pytâ de 500 habitantes y luego solicité el puesto de Coordinadora de Voluntarios en las oficinas en Asunción. Logré el puesto, estuve un año más y luego solicité una extensión de 8 meses. Los últimos meses trabajé como Entrenadora Técnica del programa de Salud Rural y Saneamiento.

¿Tu trabajo en qué consistía?
Las primeras 11 semanas todos los voluntarios pasamos por una etapa de entrenamiento. Durante este tiempo mejoré mi español y aprendí guaraní, estudié la cultura paraguaya y las competencias técnicas del programa de Salud y Saneamiento Rural, el cual abarcaba temas sobre salud comunitaria, prevención de parasitosis, salud buco dental, nutrición, promoción de fogones, salud reproductiva y saneamiento ambiental. Cada día era diferente y dependía de la época y de las necesidades de la comunidad.

¿Cómo era un día tuyo?


Si bien nunca me consideré una persona matutina, en Paraguay me levantaba justo con el sol. El mate se convirtió en parte esencial de mi rutina mañanera. Al levantarme de la cama, instintivamente y con los ojos semi abiertos, iba a la cocina a calentar la pava, tomaba unos mates y comenzaba el día caminando hacia la escuela donde trabajaba. La escuela Barrero Pytâ, tenía alrededor de 90 alumnos, y cuando subía la cuesta los niños anunciaban mi llegada a gritos. Como voluntaria en salud rural enfocaba mis clases con objetivos sencillos: nutrición, parasitosis y el tratamiento de la basura. También incorporaba conceptos relacionados con la autoestima y el planeamiento del futuro personal, temas que no suelen tocarse en la institución. Luego de estar todo el día entre cantos y juegos, volvía a casa con mi perro, a disfrutar con mis vecinos de unos fríos tererés.

¿Te pudiste acostumbrar al calor?
Creía saber lo que era pasar calor antes de venir a Paraguay, por ser de Florida, una de las áreas más calurosas y húmedas de los Estados Unidos, de quejarme por las altas temperaturas aun pasando de las viviendas al coche, con aire acondicionado. En Paraguay, sólo teníamos duchas frías y tereré. Aunque me considero afortunada, muchos de mis compañeros voluntarios no tenían ni agua corriente.

¿Qué fue lo más bonito de tu estancia?
Sin duda, vivir en el campo. Era un privilegio, y no tan diferente de mi hogar a las afueras de Gainesville, que es la parte rural de la Florida. Allí nos rodea la naturaleza, no hay tráfico ni personas desconocidas en el vecindario. Me encantaba la tranquilidad que existía y la conexión entre las personas de la comunidad de Barrero Pytâ.

¿Cómo era la casa donde vivías?
Durante los dos primeros años me mudé bastante. Primero viví en una casita redonda dentro  de la propiedad de una familia, luego en otra casa de madera con techo de chapa (por el cual entraban algunos animalitos no deseados) y luego ya en una casa de material. Todas tenían en común que los baños estaban fuera de la casa. Por suerte, tenía un baño moderno, porque la mayoría de las viviendas paraguayas poseen letrinas. En general, las casas son de madera y material cocido con techos de teja, paja, madera y chapa. No tenía teléfono ni internet. Una vez a la semana, cuando iba hasta la ciudad cercana de Santani a comprar la comida y productos personales, paraba en un ciber a conectarme con el resto del mundo. Hoy ya la gente de la comunidad tiene celulares con internet pero hace cinco años, había solo cinco computadoras privadas en toda la comunidad.

¿Qué fue lo que más te llamó la atención de sus costumbres?
Por un lado, el uso de los yuyos como remedios es una costumbre muy encajada en la cultura paraguaya. Muchas veces, la enfermedad mejora pero cuando se trata de algo grave, al no asistir al médico, la situación continúa o empeora, lo cual es muy peligroso. Hay otras costumbres culturales que también afectan a la salud, por ejemplo, los padres no están acostumbrados a hablar con sus hijos sobre sexo ni salud sexual. La falta de conocimiento en combinación con la experimentación de los jóvenes da como resultado adolescentes embarazadas y la propagación de infecciones de transmisión sexual.

¿Cuáles son los problemas más comunes a los que te enfrentabas?
Los problemas más importantes estaban relacionados con la salud y la falta de higiene. En general, existe una falta de conocimiento sobre salud y maneras de prevenir y controlar las enfermedades. La educación es la solución más efectiva y menos costosa, pero la misma no solo basta si la gente no tiene deseo de cambiar su forma de vida. La higiene insalubre personal y ambiental, especialmente manos, comida, baños y pozos, aumentan los problemas de diarrea, fiebre, parasitosis y la inhabilidad de recuperarse de las infecciones. Llevan una dieta desequilibrada, alta en grasas y carbohidratos y baja en vitaminas y nutrientes, lo que desata problemas de diabetes, presión, colesterol y enfermedades cardiacas. Además, en caso de urgencia grave, el centro de atención más cercano estaba a 120 kilómetros. No había ambulancias, la gente dependía de algún vecino que tuviera auto o camioneta para transportar al herido.

Te gustó tanto Paraguay que hasta encontraste el amor. Contános cómo conociste a tu marido.


En 2011, salí con un grupo de amigos a una discoteca en Asunción, algo muy raro para mí. Esa noche conocí al hombre con quien me casé el 25 de noviembre del año pasado. Recuerdo que pasamos la noche mirándonos el uno al otro y poco a poco nos acercamos. Cuando estuvo más cerca de nuestro grupo y al escucharnos hablar, me invitó a bailar en inglés. Y desde ese momento, no nos hemos separado ni un día, nos casamos en la casa de mis padres en Gainesville.

¿Dónde viven en la actualidad?


Ahora con Dani, que por suerte ya obtuvo su Green Card(permiso de residencia estadounidense), estamos viviendo en Nueva Orleáns. Yo estoy haciendo un Máster en Salud Publica en la Universidad de Tulane - Escuela de Salud Publica y Medicina Tropical. Ambos trabajamos para empresas locales y tuvimos mucha suerte en encontrar un trabajo que nos guste y nos haga felices. 


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